De la eiségesis antropológica de Celia. Apuntes para un entendimiento de la condición humana, de Luis Jahir García Mendoza

Presentamos un ensayo entorno a Celia, poema incluido en el libro Babel, de Fernando Valverde, bajo el sello de Valparaíso México. El ensayo corre a cargo de Luis Jahir García Mendoza. Lic. en Ciencias Políticas con Especialidad en Psicología y mercadotecnia política, análisis político, estudios de opinión, legislación y geopolítica electoral; con formación extra académica en filosofía y Teoría del conocimiento. Actualmente cuenta con estudios en curso de Maestría en Desarrollo Cognitivo.

 

 

De la eiségesis antropológica[1] de Celia. Apuntes para un entendimiento de la condición humana.

 

I

 

Prolegómenos

 

Celia; poema ganador del premio del Tren Antonio Machado 2012, constituye un referente antropológico que nos remite inexorablemente a un hecho fundamental de la existencia humana: -el nacimiento-. Antes bien, habrá que hacer hincapié en que el nacimiento, en primer lugar, constituye un fenómeno que no es exclusivamente humano, sin embargo la manera en la que toma cabida en la dinámica social y humana le confieren un tinte de autenticidad; se trata de una actitud meramente existencial. En segundo lugar, el nacimiento humano, a diferencia del animal, viene acompañado de una carga antropológica única, pues como ya establecía Max Scheler en su ensayo “El puesto del hombre en el cosmos”; el ser humano es exclusivamente el ser que posee una auto-conciencia antropológica, tesis reforzada por Engels quien agrega que “el ser humano es, aquella parte de la naturaleza, donde la naturaleza cobra conciencia de sí misma.

Por lo tanto, en el momento en el que se atestigua un nacimiento humano, se detonan dos cosas, por un lado la que llamaremos una actitud existencial frente a aquel que nace, es arrojado, puesto o dejado en este mundo; pues se le “recibe”, se le “acepta” y se le “espera” o “desea” y por otro lado, sobre todo, atestiguar un nacimiento incentiva entonces, gracias a la antes mencionada auto-conciencia antropológica, una sensación de incógnita, una enorme pregunta frente al que se sabe ya es, en el más amplio sentido de la palabra, un “ser humano en potencia”. «No conoces la lluvia ni los árboles, / pero ya eres un bosque» (1-2).

 

II

 

“Hoy que comienza el mundo para ti, /que se pueblan tus ojos con el mar, /que todos te reciben como en una estación /donde se espera siempre, /que es principio y asombro, /mapas que no aseguran un lugar donde ir”. (3-8). El nacimiento introduce al hombre recién llegado en un mundo en el que antes no existía. Pero sólo lo “pone” en él, lo “deja” allí; no le indica en absoluto cómo vivir en él o cómo moverse en él; sobre todo, no le indica en ningún momento lo que ha de encontrar en éste o qué debe de esperar de éste. Esto pone en relevancia que a dicho recién llegado se le “introduce” al mundo al cual ha sido puesto. Es en este sentido que la actitud existencial antropológica cobra el rostro de un “recibimiento”, una “espera” acompañada de asombro y una ingente expectativa.

 

III

 

“Hoy que el mundo comienza, /tristeza inadvertida, /eres el tiempo limpio, /el olor a madera y el silencio, /las preguntas sin sombras/ y el amor sin orgullo /del que ha perdido todo. Es esa mi certeza, /las olas, el océano, /tu risa que es un pájaro”. (9-18). Para “alguien” comienza el mundo ya… En este sentido no debemos menospreciar el uso de la palabra “alguien”, pues se trata, no sólo de un -ser en potencia-, sino se trata del origen de una consciencia humana; origen que ya posee un valor no sólo a nivel existencial u ontológico, sino un valor por el hecho mismo de ser persona y no en razón de “algo” que posee o acompaña a esta persona. Donde el nacimiento le ha dado un pequeño lugar en el mundo, al lado de otros hombres; un lugar que le confiere dignidad, pero al mismo tiempo le confiere pureza.

“Tus manos brillan, /no hay sombras ni puñales, /puedo ver los cometas /arañando la noche /como un barco que zarpa y se adentra en la niebla.” (32-36). Es precisamente derivada del asombro que la auto-conciencia del fenómeno de atestiguar un nacimiento nos remite a dicha sensación de “pureza”. Habrá que hacer hincapié en que esta sensación de pureza no habla de una pureza de índole intelectual o de entendimiento; en un sentido Lockeano de «tabula rasa», pues los días comienzan para el recién nacido. Ni mucho menos habla de una sensación de pureza corpórea al figurar que el cuerpo del recién nacido es relativamente “nuevo”. Sino es una sensación de pureza “afectiva”, al ser conscientes de que aquel “ser ahora en el mundo”; como lo afirmaba Heidegger a través del «Dasein», comienza su aproximación al mundo no sólo en una esfera intelectual, ni corpórea, sino una esfera vivencial[2]; un inicio vulnerable y limitado sí, empero, rebosante de pureza «antropológica».

Además de la dignidad y la pureza, una sensación humana muy pertinente toma lugar. Los hombres ya en el mundo somos conscientes de la naturaleza de este último, no sólo somos conscientes de la puerta que se abre a la relación con el mundo de manera vivencial, sino también somos conscientes del hecho de que -La incertidumbre- constriñe al mundo y le determina.

Es así como una pregunta nos ahonda la consciencia y a la vez el corazón (pues lo hace en ambas esferas; afectiva e intelectualmente). “¿Qué mundo va a encontrar la persona que nacerá? “¿Encontrará la felicidad?” (Revista Prometeo, 20 agosto 2012).  “Has traído el murmullo de un recuerdo, /los pies pequeños, como pequeño /es el rastro de nieve que has dejado /en las horas de enero. /Cómo será la vida cuando crezca en tus manos /con la fragilidad de las buenas noticias, /como un pez que se escurre para volver al río”. (19-25).

“Una tarde cualquiera, /con la misma sorpresa que un amor, /vas a sentir la brisa que ha tocado los árboles /con su cansancio antiguo. /Hay veces que es rugosa y escuece como un fósforo /cuando enciende un recuerdo”. (26-31).

 

IV

 

Otro elemento importante dentro de la auto-consciencia antropológica, es que el ser humano se percata asimismo de las vicisitudes inherentes del -vivir- y que eventualmente rodearán al ser humano recién llegado a este mundo. “La vida es una casa donde habita un extraño, /un jardín del pasado al que no volverás, /una orilla que buscas con miedo a los fantasmas. /Pero también la vida /es una luz detrás de una ventana/ cuando la oscuridad /ocupa cada hueco y cada continente. /Esta noche es oscura, /el tren busca unos brazos /que están al otro lado de las horas”. (37-46).

Además, hay que tener en cuenta que la sensación que nos embarga encuentra su origen en algo muy humano, pues no se trata de “saber” las implicaciones del vivir sino “haber vivido”. Una sabiduría vivencial que nos arroja, en medio de una «sensación de esperanza», a un deseo por “advertirle” de dichas vicisitudes y que de alguna manera laceran nuestra afectividad pero al mismo tiempo le configuran. “Cuando lleguen el miedo y la desesperanza, /y todas las cerezas hayan caído al barro, /y las gaviotas griten /el olvido imposible de una mujer herida /que siente que avanzar es quedarse más sola… / Si todo esto sucede /recuerda la manera en que la lluvia /se convierte en un árbol /y el modo en que las olas /son el final del agua y el principio del mar. (61-70).

 

V

 

Por último, regresando a la actitud existencial, los seres humanos no sólo «recibimos» al ser en potencia, teniendo amplia auto-consciencia antropológica, de su pureza vivencial, o la incertidumbre que le determinará, acompañada de sus respectivas vicisitudes. Los seres humanos asumimos la actitud existencial de «explicar» lo que significa ser humano –en el mundo-.

De la explicación objetiva (fáctica) se encargará el lenguaje técnico, el internet o la educación formal. Cualquier pregunta del nuevo ser en el mundo podrá ser respondida por la ciencia, por la tradición o en dado caso, cualquier pregunta metafísica; por la religión. No obstante, no hay manera de encontrar respuesta o explicación fáctica para enfrentar la pregunta: ¿qué significa ser humano?

Dicho de otra manera, Celia se encumbra entonces como un ejemplo de la infinidad de explicaciones que el ser humano halla, para responder a la pregunta por tan místico significado. Una respuesta que, a todas luces, no representa en absoluto una “indicación o definición verbal” acerca de lo que significa ser un ser humano…

“Mientras, pienso en el modo de decirte /que los sueños son parte de nosotros /como un embarcadero es un viaje. / Porque ya eres un bosque, /y hay delfines, y lagos, y montañas, /y amores imposibles /que se llamarán Celia. (47-53)

“Alguien dice tu nombre en el futuro /y se llena de gente una casa vacía, /todos se sientan a la mesa. / Ya lo habrás olvidado, / fue la felicidad quien sembró este dolor, / fue la felicidad igual que una tormenta /sobre un vaso vacío.” (54-60)

“No conoces el mar, ni el barro, ni los árboles, / pero ya eres un bosque por el que pasa un río.” (71-72).

 

 

Bibliografía:

Revista Prometeo (20 agosto 2012) Celia (Fernando Valverde, España), Lectura de poemas en el 22 Festival Internacional de Poesía de Medellín, en el Cerro Nutibara, Teatro Carlos Vieco, en junio de 2012.

 

 

[1] Debido a la naturaleza del poema de -Celia-; el hecho de estar “enmarcado” en el lenguaje, demanda por un lado el uso de la -eiségesis- como aproximación antropológica (método) para descifrar el significado detrás de la palabra, pero al mismo tiempo rescata y revindica que, el hecho de al tratarse de un fenómeno tan humano como “nuestra llegada a mundo; nacer” requiere una aproximación que debe -interpretarse- en lugar de describirse y explicarse objetivamente.

 

[2] Sensación similar al detenernos y notar que, al nacer, el ser humano posee recuerdos que aún no llegan…

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