Alí Calderón y Fernando Valverde en Los Angeles

Presentamos un poema de Alí Calderón y Fernando Valverde, quienes estarán en la Universidad de La Verne los días 18 y 19 de octubre, en lecturas y charles entorno a la poesía hispanoamericana contemporánea y su difusión por el mundo. Ambos son de los poetas más importantes de su generación en Hispanoamérica.

 

 

 

Alí Calderón

(Ciudad de México, 1982)

 

 

Piedra de sacrificio

 

I

Democracia mexicana

 

otro cadáver encontrado en una bolsa negra

cerca de ahí un cuerpo el viento un puente

a dos cuadras: una cabeza hirsuta ojos abiertos

entre otras noticias: treinta ejecutados el fin de semana tiro de gracia algunos con marcas de tortura el rescate fallido de un secuestro un dedo un anillo un hato de periódico

entre otras noticias: terminaron e iniciaron las campañas hay buena voluntad en Washington la reforma migratoria este bimestre se abate en un punto la pobreza el bienestar la dicha

 

a lo lejos el escape de un camión

 

y después el silencio

 

abren la bolsa negra

el hedor el moho en la carne:

 

una recién nacida 

 

***

 

E subimos las ciento y catorce gradas longas de aquel cú

Sus piedras ennegrecidas nos quemaron las manos de tan ásperas

 

Vide allí los pueblos comarcanos

el tianguiz de ocote y tigres

Tlatelulco

Fue desde la placeta que arriba muy se face que oteamos

el agua dulce que se viene de Chapultepec

Iztapalapa Tlacopan Tepeaquilla todo señoreado por nos ojos

 

Tornamos las espaldas e vimos

a constelación

bultos y cuerpos de sus ídolos

malas figuras

todos de muy mayor estatura que un gran hombre

y contrahechos

de arcilla y masa y de legumbres

amánsalas con semillas y sangres de cuores despojos humanos

ansí tal farina

 

En una torrecilla y apartamiento a manera de sala

dos altares

dos bultos

dos altos cuerpos harto astrosos

uno dellos

Uichilobos

Tenía la su cara y rostro muy ancho y los ojos disformes espantables

untado el cuerpo de engrudo y raíces y aljófares

sangre y otras varias excrecencias

y colgantes ceñidas al plexo unas caras de indio

arrancadas a sus cráneos

tantas para abangar un roble

y acezando por los humos del sahumerio

hube visto

todas las paredes de aquel adoratorio

tan bañado y negro de costras

y plasma asimismo en el suelo

que un rastro no exardece tal hedor e catadura

 

Y allí tenían un atabor de cuero crúdel áspid

que cuando le tañían

tal era la tristura de sus tumbos

los infiernos se allegaban

 

Tomábanlos cinco

dos por las piernas dos por los brazos

uno más por la cabeza y otro postema y landre rajábales

con ambas manos pedernal a modo de lanzón los pechos

y por aquella abertura metíale la mano

y le sacaba el corazón

 

y el cuerpo desasido en oscura laceria

descoyuntado era comido de todos

y los basófilos tomados granate y bermellón los rostros

purpurecidos cientos de azumbres de aloque caudal hasta la plaza

 

y echaban los restos a rodar

y otros eritroci

vestían sus pellejos

los muñones los tajos carne viva linfocitos

 

Derramaban también sangre los sátrapas fuera de los cúes

frente al Uichilobos y en degüello

tiernas cabezas de hombres hirsuta pelambrera

desmembrados los coágulos muslos

y antebrazos tibias allí asoma el hueso entre la grasa

y la carne después aislante cinta

les rodea narices esnifadas bocas y de unos puentes entonces

lo ponen a colgar

y el viento de las madrugadas desbravó sus fauces

envueltas en bolsas negras

allí vienen los retenes.

Oydo he decir que millones de hematíes

y también normocromáticos derraman

las testas cercenadas que se apilan

sobre tórax cuya carne se remueve

al contacto sólo de los dedos

y allí abdómenes mamas huesos frontales

ojos

axilas anos páncreas rafagueados

pudriéndose en los belfos

de las ratas

 

Señoras de esta tierra

 

 

 

 

Fernando Valverde

(Granada, 1980)

 

 

Babel

 

A Jorge Galán

 

El eclipse de luna que alumbra la ceguera,

el cáncer que es el musgo devorando el futuro,

el amor que descubre los balcones

y salta hacia el vacío,

el llanto que es principio y que escala en los cuerpos

igual que las burbujas revelan los pantanos.

Toda la muchedumbre,

con su débil memoria sujetada

como ruina durmiente,

sucede al mismo tiempo.

En los huesos del bosque,

en la hondura del fango o en la ciénaga

donde las ranas brillan como ortigas,

crecen los esqueletos sobre animales muertos

que riegan las raíces y son enfermedad,

desfiles de silencio que ahogan los tambores.

Ya ha llegado a su sangre,

el corazón del bosque se envenena

bajo la piel del mono,

la infección es del aire y avanza por el agua,

es pasto en la basura y en los charcos de amianto

que ahora lamen las vacas en Jaipur.

Seiscientos mil pulmones serán aire podrido

en las calles de Delhi,

después serán el fuego y la ceniza,

ascuas sobre los ríos,

restos de carne y muerte que camina hacia el mar

en busca de otras bocas.

Todo sucede al mismo tiempo.

Ella se ha despedido,

su paso es el desorden,

un alfiler templado que atraviesa el asombro

igual que un nadador es un huésped del agua.

La mujer de las horas detenidas

se desploma en el suelo del lavabo.

Los recuerdos se apagan,

son luces que se intuyen en la costa,

farolas encendidas que dibujan la línea del naufragio.

El cofre de cartón que los guardaba

se vuelve un laberinto,

los trajes entallados se confunden

con zapatillas viejas

y los rostros son puertas de salida,

escaleras que llenan los borrachos,

aceras subterráneas,

curvas que son paredes.

Toda la angustia elige el mismo tiempo.

El diluvio que llena de barro los colchones,

la desembocadura,

su agonía de oro que acaba en los tumultos.

Todo ya es parte de la misma herida.

La noche con sus bordes,

los viajeros que cargan el peso de la luna,

el paisaje nocturno y el relámpago,

la tormenta y el duelo,

los amantes que sienten en los labios

un sabor parecido

al último minuto de sol sobre la hierba.

Todo sucede al mismo tiempo,

y se adentra en la niebla,

y se detiene.

 

 

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